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La relación con la vocación

La relación con la vocación

por Jorge Waxemberg

(English version)

This audio and the accompanying text are from Jorge Waxemberg’s book The Art of Living in Relationship.

La vocación se expresa en el sentido que se da a la propia vida y se descubre cuando uno busca, más allá de las frases hechas y los moldes adquiridos, respuestas a preguntas fundamentales como “quién soy, de dónde vengo, a dónde voy?” Por eso es preciso destacar que esta idea de vocación no corresponde con la acepción que generalmente se le da, de inclinación natural o de aptitud para hacer algo.

Las personas difieren en el tipo y grado de aptitudes que tienen; trabajan con facilidad en ciertas áreas y encuentran dificultades en otras. Muy pocas tienen igual aptitud para todo, y esto hace que cada una se incline hacia lo que le resulta más fácil efectuar. Cuanto más trabaja en aquello para lo que tiene aptitud mejor lo domina y cuanto más se capacita en lo que hace más plena se siente. Esto lleva a decir que tal persona tiene vocación para el arte, la ciencia u otro tipo de actividad. Pero una cosa es la aptitud para ocuparse en algo y otra la capacidad de desenvolverse integralmente como ser humano. Se puede tener un desempeño excelente en una actividad y, sin embargo, ser novicio en el arte de vivir, no comprender las propias experiencias ni las relaciones.

Capacitarse para algo conduce a una ocupación. La vocación, en cambio, implica el desarrollo del ser humano como una unidad.

La vocación no es una opción más entre un abanico de actividades posibles; es lo que da sentido a toda actividad para que produzca no sólo el desarrollo de habilidades sino del ser humano integral.

Aunque cada persona tenga aptitudes diferentes, todas tienen capacidad para desarrollar su conciencia. Todos los seres humanos, entonces, tienen potencialmente vocación, pero cada uno despierta a ella a través de un proceso de conocimiento interior que lleva tiempo y esfuerzo. Una persona actualiza su vocación cuando responde de manera efectiva a su necesidad de expandir su conciencia.

La relación del ser humano con su vocación expresa el grado de armonía entre su quehacer cotidiano y el significado total que da a su vida.

Se pueden distinguir etapas en la relación con la vocación.

  • La primera etapa es de descubrimiento.
  • La segunda etapa es de discernimiento.
  • La tercera etapa es de integración.

La primera etapa comienza cuando uno descubre que vivir es un arte, que no necesariamente tiene que recorrer caminos trazados por otros, que puede trabajar en el conocimiento de sí mismo y forjar su destino en relación con una realidad que trasciende sus objetivos inmediatos. Se despierta su interés por temas nuevos, no vinculados con el deseo de alcanzar posiciones, tener y gozar más, sino con el de alcanzar paz interior, mejor comprensión y, especialmente, con el de dar sentido a su vida.

Si bien este paso abre un vasto campo de experi­menta­ción y de descubrimiento, también marca una división entre los intereses relacionados con la vida habitual del ser humano y los de la nueva vida que vislumbra en su interior: lo material por un lado y lo espiritual por otro. Esta dualidad que uno crea con su actitud es buena en un principio, porque le da la fuerza del dogmatismo para cambiar sus hábitos y orien­tar sus esfuerzos hacia un fin más noble y trascendente que el de la autosatis­fac­ción.

En la segunda etapa el ser humano comprende que la contraposición entre su ideal y la vida cotidiana no es real, que dicotomía es ignorancia; pero todavía no sabe cómo integrar las dos fuerzas opuestas que lo mueven: sus verdaderos anhelos por un lado y su naturaleza instintiva por el otro. Ni la euforia de los primeros tiempos del descubrimiento de su vocación ni el dogmatismo le sirven de apoyo. Sólo lo sostiene su creciente capacidad de discernir. Esta etapa se caracteriza por la reflexión y el estudio que uno hace de sí mismo. Su vocación le exige revisar todos y cada uno de sus actos, sentimientos y pensamientos para ver si se adecuan o no al cumplimiento de su ideal.

El alma se sacrifica por su ideal; pero todavía no lo ama por sobre todas las cosas. A pesar de las constantes tentativas para responder a su vocación todavía es presa fácil de las reacciones negativas y del desaliento.

El arte de vivir muchas veces lleva a contrariar deseos muy arraigados. Por ello, si bien la vocación espiritual no crea dificultades, hace evidentes los aspectos personales que es preciso superar para desenvolverse. Uno va descubriendo esos aspectos en la medida en que trata de vivir de acuerdo con su vocación. Por ejemplo, la contrariedad y las reacciones agresivas son puntos sobre los cuales necesita trabajar para continuar su adelanto. Si en vez de desperdiciar su energía con descargas dañinas pone atención al proceso que se desencadena en su interior, puede conocerse mejor y trabajar más a fondo en la transmutación de esa energía. Si, por el contrario, elige cerrar los ojos a su desenvolvimiento, comienza a pensar que su vocación le crea problemas, que le quita tiempo, que traba sus relaciones.

Otro aspecto que pesa sobre el alma es la tendencia al desaliento que produce la aridez interior. El trabajo sobre uno mismo se torna rutinario y uno no encuentra el consuelo que antes lo aliviaba. Al contrario, descubre más fácilmente aspectos dolorosos de la vida que no puede ni eliminar ni resolver como desearía. Si bien alcanzó a discernir su ideal, no comprende todavía la naturaleza del trabajo espiritual; esto lo desanima y hace vacilar en su empeño.

Cuando el ser humano comprende que la hesitación es regresión, que no puede paralizarse a la espera de una intervención milagrosa que lo haga libre, cuando decide hacerse totalmente responsable de su desenvolvimiento y al mismo tiempo acepta los designios de la Providencia, entra en la tercera etapa de la realización de su vocación. Todos los aspectos de su vida se van armonizando a través de su intención única y de su voluntad aplicada sólo al bien. Las piezas aparentemente desconectadas de la realidad se van ajustando unas con otras hasta revelar con sencillez la perfección de la ley de la vida. Su vida espiritual y la tarea de vivir son una y la misma cosa. El amor a la libertad sostiene su voluntad, inspira su inteligencia y nutre sus sentimientos. El alma se hace resistente, osada, valiente, no por la fuerza de virtudes, sino por la fuerza de ese amor.

La vocación no elimina la incertidumbre ni el dolor de la vida, pero enseña a vivir con más sabiduría y a enfrentar el sufrimiento de manera que incluso las circunstancias que parecen más desfavorables produzcan el florecimiento de las mejores posibilidades humanas.

El alma comprende recién en esta etapa que vivir la vocación no le roba tiempo. Al contrario, multiplica su tiempo por la sabiduría con que elige sus prioridades, por la armonía y sensatez con que organiza el día, por su capacidad de estar donde debe estar, de atender a lo que hace, de generar en cada momento los sentimientos que despiertan las respuestas más nobles y beneficiosas para todos.

La realización de la vocación no tiene un punto final en el que se pueda decir “He cumplido.” La vocación implica una forma de vivir que desarrolla la capacidad de ser dueño de sí mismo, de estar al servicio de todos los seres humanos y de expandir continuamente la conciencia.

Las almas que hacen de su vocación su arte de vivir se muestran sencillas y naturales, sin pretensiones de realizaciones extraordinarias. Por eso pueden mantener espontáneamente una relación amable y fructífera con todos los seres humanos, a través de la cual trasmiten su paz y sabiduría.

*Algunos miembros de Cafh eligen vivir juntos en una comunidad de carácter espiritual. Para más información acerca de esta elección, hacer clic aquí:http://www.communities.cafh.org/.