por Jorge Waxemberg
El ser humano se relaciona con la vida a través de sus experiencias. Cuanto más consciente es esa relación mejor se comprende a sí mismo y entiende sus experiencias. Por el contrario, cuando la relación se produce al nivel de las reacciones inconscientes o instintivas, no entiende lo que le ocurre y no aprende de sus experiencias.
El tipo de relación que uno entabla con sus experiencias determina la dimensión que da a su vida. Es así que puede reducir la vida a sufrir lo que le ocurre o ver en ella su posibilidad de desenvolver continuamente su estado de conciencia.
Dado que el significado y el fruto de las experiencias derivan del grado de conciencia adquirido, para profundizar la relación con la vida es necesario expandir el estado de conciencia. En otras palabras, el ser humano ha de redefinir constantemente lo que para él constituye su vida, hasta que ese término abarque a toda la realidad.
Cuando la expresión "mi vida" se reduce a lo que ocurre en el pequeño núcleo de intereses personales, la relación con la vida es con la circunstancia personal. Cuando "mi vida" incluye la sociedad circundante, la relación con la vida se expande hasta incluir esa sociedad. Cuando "mi vida" es toda la realidad que el ser humano puede aprehender con su conciencia, la relación con la vida abarca a toda la humanidad y al Universo.
En términos prácticos, ¿qué diferencia hacen esos niveles de definición de lo que es "mi vida"?
Cuando la visión de la vida se reduce a la circunstancia personal el ser humano se identifica con lo que le pasa, teme al futuro, se aferra a lo que posee y ahonda su ignorancia. Cuando las experiencias le traen sufrimiento su relación con la vida le produce amargura, resentimiento y se hace pesimista. Lo que otros sufren le importa en la medida en que pueda repercutir en su propio ámbito. Mira los males colectivos como si pertenecieran a una realidad ajena. Sufre como una tragedia personal problemas que son generales o derivados de hechos naturales. El infortunio lo toma de sorpresa y lo lleva a pensar que la vida no tiene sentido. Aunque no sufra nada en particular y lo tenga todo puede llegar a creer que su vida no tiene sentido, ya que desde su encierro no ve qué hacer con los dones que posee. En cambio, un éxito personal, aun momentáneo, puede hacerle sentir que la vida está plena de significado. Su idea de la felicidad es la ilusión de escapar de las leyes de la vida: no enfrentar la adversidad, la incertidumbre, la declinación y la muerte.
Una relación armónica con la vida da una visión universal que incluye al mismo tiempo lo particular y lo general, lo personal y el horizonte de la realidad; esto permite distinguir entre los aspectos de la vida que se pueden controlar y los que la voluntad humana no puede manejar.
Cuando uno se relaciona conscientemente con la vida toma lo que le ocurre como un medio de participación, en vez de interpretarlo como maldición en unos casos y privilegio en otros. Acepta cada experiencia como parte inseparable de un acontecer que es universal, social, familiar y personal. Así ubica sus experiencias dolorosas dentro del sufrimiento de toda la humanidad y descubre la felicidad en el bien de todos.
Cuando se sufre una dificultad, en vez de reaccionar contra la vida como si fuera injusta, uno tiene presente que, como todos los seres humanos, está sujeto a la incertidumbre del futuro, a la declinación y a la muerte. Y también tiene presente que no todo lo que sufre se debe a la vida. Muchos de sus problemas provienen de su propia conducta. Para no reincidir en los mismos errores recuerda la historia humana y su propio pasado, enfrenta los resultados de las decisiones que ha tomado y discierne las consecuencias de las que va a tomar. Esta actitud trae paz, bienestar, riqueza.
La manera en que cada uno orienta su vida depende de su marco de referencia. Si uno vive como si los límites del Mundo no se extendieran más allá de sus intereses cotidianos se desconecta de la realidad, no alcanza a comprender sus experiencias y toma decisiones sin percatarse de la forma en que ellas repercuten sobre el conjunto. Si, en cambio, uno se ve como parte integral de una totalidad, en vez de pedir aprende a dar, en vez de querer ganar aprende a actuar desinteresadamente, en vez de querer poseer cada vez más dirige su ener-gía hacia actividades necesarias y creativas, en vez de querer dominar a otros centra su esfuerzo en dominarse a sí mismo para integrarse conscientemente al Mundo y a la vida a través de una participación total.
Virtudes como la humildad, el desapego, la participación y la reverencia ayudan a expandir la relación con la vida.
La humildad da conciencia de la propia limitación y ayuda a reconocer que la visión que uno tiene de la realidad es parcial y temporaria. Esto lleva a aprender de todo y de todos.
El desapego da conciencia de la temporalidad de la vida individual. El afán de poseer transforma la relación con la vida en una lucha contra el tiempo, porque ningún bien exterior al ser es permanente. El desapego de los frutos del esfuerzo permite no depender de lo exterior y transitorio y descubrir la eternidad en el continuo devenir.
La participación da conciencia de la condición de la humanidad, ayuda a extender el límite de lo personal y a incorporarse uno mismo a la realidad que lo circunda. Esto integra lo particular con lo general y da unidad a la vida.
La reverencia a lo que trasciende la comprensión humana da conciencia de las posibilidades reales. La reverencia a lo Divino mantiene al alma abierta y permeable al mensaje de la vida, presta a mejorar su interpretación de los hechos y a expandir su visión de la realidad.
En la medida en que uno armoniza su vida particular con su visión global de la vida va comprendiendo las etapas de la propia vida y la enseñanza de los momentos de dolor y de felicidad; distingue entre una alegría momentánea, producto de experiencias pasajeras, y la paz y felicidad duraderas que nacen de la comprensión, la aceptación y la participación. Darse cuenta del mensaje de cada experiencia da unidad a la propia vida y la orienta hacia la realización del ideal espiritual. De la misma manera, la integración de la vida individual con la universal despierta en el alma un sentido de eternidad.
Cuanto más armónica es la relación con la vida, más profunda es la comprensión de su mensaje hasta que el alma, la vida y lo Divino se revelan como una unidad.
Es bueno tomar el hábito de recordar aspectos de la vida que no se tienen presente en los sucesos cotidianos. Por ejemplo, que todo es transitorio. Un dolor se sufre, pero pasa. Una realización es un paso indiscutible, pero los desafíos continúan. Este ejercicio permite dimensionar las experiencias para que no desfiguren la visión de la vida. Enseña también a sobrellevar el dolor y a desenmascarar las ilusiones que apartan al alma de la realización de sus mejores posibilidades.