Cuidemos nuestra biosfera interior
En los últimos años hemos tomado conciencia de los problemas que afectan a nuestro planeta y de los efectos que nuestras acciones provocan en la biosfera. Es así como ecología y medio ambiente se han convertido en palabras habituales en el lenguaje cotidiano de muchos de nosotros. Podríamos decir que en tan solo dos generaciones se ha creado una conciencia global de que es nuestra responsabilidad cuidar de la Tierra, nuestra casa, la casa que compartimos. Cada vez con mayor regularidad aparecen llamados de alerta sobre el calentamiento global, la capa de ozono, la polución del aire y de los ríos, exhortándonos a que cuidemos los recursos: el aire, el agua, los bosques, la tierra, las especies animales. Tenemos que atender a todos estos elementos de nuestro medio ambiente exterior para paliar los efectos negativos que producimos. Por inmenso y complejo que parezca el conjunto de dificultades que afrontamos en este campo, crece el interés y el compromiso día a día para ir encontrando soluciones viables, cercanas, simples y efectivas. Sin embargo, como miembros de Cafh, comprendemos que tenemos mucho más para abordar, ya que no consideramos que asumiendo sólo esta responsabilidad y trabajando por minimizar el impacto que como seres humanos producimos en el ambiente, termina nuestra tarea. Volvamos la mirada hacia nuestro interior. Para poder realizar el cambio que deseamos, es preciso que comencemos por transformar nuestro medio interior —nuestro mundo— y construir un ambiente armónico que nos convierta en seres humanos integrales. Allí, en ese medio interior, es donde ha de comenzar la tarea.
Una conocida frase nos dice que cada persona es un mundo. Y es así; cada uno de nosotros es un mundo con un modo de vivir que nos es propio y que deriva de nuestra condición humana y del tipo de ambiente en el que habitamos. La condición humana conforma un marco dentro del cual nos desenvolvemos; el ambiente en que vivimos, interior y exterior, es la variable sobre la que podemos incidir para conformar la biosfera espiritual que queremos que nos contenga.
Al tomar conciencia de que, dondequiera vayamos, somos portadores de un medio ambiente interior y que éste incide en los demás, también tomamos conciencia de que tenemos que protegerlo y cuidar su equilibrio. Vemos que existe una estrecha relación entre nuestro organismo, el medio ambiente interior que gestamos y el medio ambiente exterior que habitamos. Comprender —entender y actuar en consecuencia— nos lleva a comprometernos con el cuidado de esa biosfera espiritual, vulnerable, sutil, pero fundamental para desenvolvernos como seres humanos integrales.
Por ser seres libres y tener la facultad de elegir, contamos con la capacidad de transformar un desierto en un fértil valle y un fértil valle en un desierto, purificar el aire multiplicando bosques o hacerlo irrespirable deforestando, mantener las aguas claras y cristalinas o transformarlas en un maloliente lodazal. Esto mismo es lo que podemos hacer en nuestro mundo interior.
Somos depositarios de inmensos tesoros que tenemos que cuidar, potenciar y repartir. Preguntémonos cuáles son los bienes que queremos dejar como herencia a la humanidad; especialmente, recordemos que hay bienes no renovables por cuyo uso tenemos que responder. El uso del tiempo, las energías vitales, el potencial mental y afectivo están en nuestras manos, bajo nuestro cuidado para utilizar y disponer. Pensemos en el ecosistema que constituyen nuestros pensamientos. Protejamos esta fuente de vida que es nuestra mente. Pongamos nuestra inteligencia al servicio del bien común, ya que entre todos constituimos el cuerpo de la humanidad. Pensemos en el ecosistema que constituyen nuestros sentimientos y aspiraciones. Protejamos ese medio interior para que albergue sentimientos de amor, de compasión, de comprensión y amistad.
El estudio de la ecología nos enseña a mirar las relaciones sistémicas entre los individuos y el medio ambiente. De esta manera, nos enseña sabiamente que, para mantener el equilibrio, es indispensable la interdependencia. Cada parte ocupa el lugar que le corresponde y realiza una función determinada, lográndose así el equilibrio del todo mayor. Necesitamos dar espacio a esta actitud para que conscientemente unidos cumplamos nuestra misión en la Gran Obra².
A través de un proceso de desenvolvimiento de la conciencia, descubrimos la estrecha interrelación entre todo lo existente. ¿Por qué, entonces, en la práctica obramos muchas veces en forma independiente? Por un lado, puede ser que temamos el poder coercitivo de quienes quieran imponerse o someternos. Por otro, puede ser que temamos que el vivir en función del todo anule nuestra individualidad. Comprendamos que no podemos dejar de pertenecer al todo, porque somos parte integrante del todo. El individualismo segrega, porque es contrario a la ley de la vida que lleva hacia la integración, hacia la unión. En nuestra ignorancia, lo que hacemos es negarnos la pertenencia al todo. En la interdependencia no hay imposición y nadie deja de ser lo que es, cada uno es un individuo, irrepetible, único. Cuando se devela a nuestros ojos nuestra realidad egoente³, dejamos de lado temores y dudas, nuestros esfuerzos individuales se refuerzan y, multiplicados, se transforman en fuente de bien y de adelanto para la humanidad. La plenitud y armonía entre los seres humanos se da como resultado de un proceso de madurez espiritual y se manifiesta en discernimiento, participación y osadía para emprender la acción necesaria.
Cuando descubrimos los vínculos que nos unen a nuestros semejantes, a la naturaleza, al medio ambiente y a todo el universo, no podemos dejar de vivir con un sentido de reverencia que impregna toda nuestra vida. De manera natural, aprendemos a respetar la individualidad de otros, porque respetamos nuestra propia individualidad. Los recursos con que contamos son un don que hemos recibido para llevar a cabo la finalidad última de la vida: la unión con la Divina Madre4. El uso sabio y prudente de estos recursos genera armonía y paz en nuestro medio ambiente interior y, en consecuencia, en el entorno. La aceptación de la interdependencia como una actitud esencial para vivir no es ya una imposición, sino el resultado de un proceso de expansión de la conciencia.
Contamos con la maravillosa capacidad de darnos cuenta de nuestra existencia y de lo que podemos hacer con ella y de ella; demos el paso consecuente tomando conciencia no sólo de nosotros para nosotros, sino de nosotros para con todo lo que nos rodea: la humanidad dentro de su magnitud cósmica. Esto requiere respuestas a la vida que no dependen tanto de las circunstancias como de las elecciones que cada uno está dispuesto a hacer. Al anteponer el interés del todo al propio, descubriremos la vía para expandir nuestro amor.
Para ser eficaces, nuestros actos necesitan llevarse a cabo con interdependencia, ya que esta actitud no sólo integra el actuar de las partes, sino que también crea valores al generar pautas unificadoras, armonizadoras y orientadoras. Cuando trabajamos en forma individualista o en un grupo que actúa en forma independiente del conjunto, estamos desandando el camino hacia la integración. Al avenirnos a actuar de manera interdependiente, en cambio, hacemos espontáneamente ofrenda de nuestros logros, aun de los espirituales. El protagonismo, la competencia y la separatividad se desdibujan, porque nos reconocemos como partes de un universo mayor.
La Renuncia5 nos ayuda a autorrenovar nuestro mundo interior, a construir ese templo interior, ese medio ambiente pleno de paz y armonía, tan necesario para todos los seres humanos.
Necesitamos un sustento fuerte, firme y duradero en la renuncia para asumir el rol que nos toca como Hijos e Hijas de Cafh6 para que, desde nuestro templo interior, irradiemos la renuncia. Vemos que para una planta las raíces son esenciales a su vida. Sin raíces no tiene arraigo en la tierra, no tiene cómo absorber las sustancias que la nutren, no tiene cómo crecer y desarrollarse. De la misma manera tenemos que reconocer que solo la actitud de renuncia nos da arraigo, porque da sentido a nuestra existencia al ponernos en consonancia con la ley de la vida. Solo cuando echa raíces en nuestra mente y en nuestro corazón la idea y la necesidad amorosa de darnos y esa fuerza nutre todas nuestras acciones, podemos desenvolvernos, vivir con plenitud y crecer integralmente.
Démosle el lugar preferente que la Renuncia ha de tener en nuestras vidas. Al priorizar, definimos la entidad rectora de nuestras acciones. Dejamos de ser llevados por la marea y el viento, para tomar el timón y decidir el rumbo que deseamos proseguir. Al tener claro lo que queremos, nos liberamos de conflictos interiores. Cuando nos toca decidir, sabemos hacia dónde mirar, porque contamos con una luz orientadora.
Allanemos el camino hacia la Renuncia, haciendo de nuestro hábitat interior un espacio de equilibrio y de paz. Para realizar este trabajo no tenemos mucho tiempo. Recordemos el carácter breve de nuestro pasaje por el mundo. Reflexionemos sobre la calidad de la huella que cada uno de nosotros dejará atrás.
Construyamos el templo interior que anhelamos y con humildad busquemos nuestro camino hacia la Divina Madre, ese sendero que pasa por el corazón de todas las almas.
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1 Cafh: La palabra Cafh tiene raíces antiguas, para los miembros de Cafh, simboliza el esfuerzo del alma para alcanzar la unión con Dios. Al mismo tiempo representa la presencia de lo divino en cada alma. El texto“Cuidemos nuestra biosfera interior” es un extracto de la Alocución Final de José Luis Kutscherauer, Director de Cafh, a la Asamblea Anual de Cafh en Mendoza , Argentina, en junio 2007.
2 La Gran Obra: La Enseñanza de Cafh llama Gran Obra al conjunto de obras materiales, intelectuales y espirituales que los seres humanos efectuamos para realizar nuestro destino, de acuerdo con el Plan de Evolución Universal.
3 Egoente: Ser egoente es ser consciente de nosotros mismos y de nuestra relación con el todo, y discernir la forma de responder a la responsabilidad que implica esa conciencia.
4 Divina Madre: Los miembros de Cafh acostumbramos a reverenciar a Dios en la imagen femenina de la Divina Madre. La Divina Madre es, en Cafh, el principal punto de atención y veneración como expresión de la obra, el amor y la omnipotencia de Dios. La Enseñanza de Cafh reconoce en la Divina Madre un estado potencial y otro activo. Llama Hes al estado potencial —lo que aun no es—. Llama Ahehia al estado activo —lo que está siendo—.
5 Renuncia: En la Enseñanza de Cafh se considera a la Renuncia como la ley de la vida. Cuando renunciamos, aceptamos que nuestra pequeña vida es parte de la Vida misma, que somos una parte integral del todo. Ganamos en perspectiva en los altibajos de la vida diaria y también en los períodos de grandes dificultades. El espíritu de Renuncia nos ayuda a visualizar nuestras fortalezas y debilidades de manera objetiva y nos lleva a despertar en nosotros un profundo sentido de participación y amor por todos y por todo.
6 Hijos e Hijas: Los miembros de Cafh nos llamamos Hijos e Hijas.