Esta es la primera enseñanza en el curso de Cafh “Matices de la Oración”. En nuestras oraciones invocamos la divina presencia, a la cual los miembros de Cafh tradicionalmente llamamos la Divina Madre. La enseñanza inicia con una poderosa imagen simbólica de una persona que busca a la Divina Madre en su propio corazón. Luego nos comunica acerca de nuestra necesidad de la oración y de cómo esta nos beneficia a nosotros y a quienes nos rodean, y termina con un ejemplo práctico de cómo podemos usar la oración para ayudarnos a crear hábitos positivos. “ ‘Entremos en la celda del conocimiento de nosotros mismos’, repite sin cesar la mística Catalina Benincasa de Siena. Penetre, pues, el Hijo de la Llama en su propio corazón. Este es el misterioso sepulcro de la Madre Divina. Allí Ella espera el beso del verdadero amante que la despierte y obligue a revelarle los secretos eternos. Allí aprenderá la Gran Alquimia que transmuta el duro metal del dolor en el oro puro de la paz y de la felicidad.” |
“Desenvolvimiento Espiritual,” Segunda Enseñanza |
La vida interior nos enseña a orar y a usar nuestra energía en una forma de vivir íntegra y espiritual, centrada en la Divina Madre del Universo.
El desarrollo de la razón, el adelanto material, las conquistas tecnológicas por un lado nos ayudan a desarrollarnos pero por el otro tienden a distraernos de nuestro verdadero propósito: expandir nuestra conciencia hasta lograr la unión con la conciencia cósmica: la Divina Madre.
Enceguecidos a veces por nuestro poder nos olvidamos de la Divina Madre y, cuando la recordamos, la asemejamos a nosotros mismos, adorándola a través de atributos que son la extrapolación de lo que quisiéramos para nosotros. Es decir, haciendo de lo divino una proyección de nosotros mismos, más poderosa, más perfecta, pero a nuestra imagen y semejanza.
La Divina Madre está presente en todo lo creado, pero para que lleguemos a reconocerla tenemos que transformar nuestro cuerpo, nuestra mente y energía en instrumentos para desenvolver nuestra conciencia.
La adhesión intelectual a lo espiritual nos ayuda en los comienzos, cuando empezamos a comprender la necesidad de dar una dimensión más profunda y universal a nuestras vidas. La idea de conectarnos con lo divino nos atrae y hace sentir bien. Sin embargo, si nos quedáramos en esta adhesión intelectual, pronto perderíamos entusiasmo o nos engañaríamos pensando que hemos conquistado una expansión de la conciencia cuando, en realidad, hemos construido un mundo ideal.
La vida diaria es una escuela y la experiencia es el medio para aprender y desenvolvernos. El método de vida, el esfuerzo continuado y el amor al prójimo y a la Divina Madre son los pilares sobre los cuales asentamos nuestro aprendizaje.
La oración cumple un rol fundamental en nuestro desenvolvimiento porque unifica nuestras fuerzas para que podamos cumplir con nuestro fin. Nos ayuda a mantener vivo nuestro amor por la Divina Madre, a no transformar medios en fines y a desarrollar la voluntad necesaria para metodizar la vida diaria en función de nuestro ideal.
La oración tiene tantos matices, grados de profundidad y variantes como momentos de oración existen. Es bueno que cultivemos amor por la oración desde el principio, entregándonos a ella sin temores, sin trabas, sin ideas preconcebidas que puedan inhibirnos en la búsqueda de una forma propia de orar. Lo importante en los comienzos es tomar conciencia de nosotros mismos y de nuestra necesidad esencial de comunicarnos con lo divino.
Una mente sin un objetivo claro fácilmente se pierde en un diálogo interior infructuoso; sin embargo, cuando comprendemos nuestra necesidad fundamental de unión con la Divina Madre nos resulta fácil hablarle de nuestro amor y de nuestros anhelos más profundos.
La práctica de la oración aviva nuestra fe, alimenta nuestra esperanza y nos entrena para que podamos centrarnos en nuestra relación con lo divino.
Santa Teresa de Avila decía que orar es llenarse de Dios y darlo a los demás. Orar no solamente nos beneficia a nosotros, sino también a aquéllos con quienes nos relacionamos y por quienes oramos. Muchas veces nos desesperamos por tanto dolor y miseria que hay en el mundo. Está bien que cavilemos y trabajemos para encontrar soluciones materiales que remedien las carencias humanas; pero también es necesario recordar que, para que las soluciones sean reales y duraderas, han de apoyarse en la conquista del amor y de la compasión. Es allí donde aprendemos a asistir, a compartir, a trabajar desinteresadamente, a no usar más de lo necesario, a descubrir la chispa divina en cada alma.
Por ejemplo, con la práctica de la oración podemos encontrar la forma de transformar una actitud crítica en una actitud de aceptación. Cuando, por ejemplo, nos encontramos con alguna persona a quien tendemos a enjuiciar, procuramos evitar darle curso a la crítica alimentado la idea de que su manera de actuar (que nos molesta o desagrada) es su forma peculiar y propia de expresarse. Otro ejemplo: podemos sentir pena por la injusticia en el mundo sin darnos cuenta de cuántas veces somos injustos con quienes nos rodean y de que, en muchos casos, somos injustos con los que ni siquiera nos conocen. Podemos sentir enojo contra sistemas económicos, contra gobiernos, contra la injusticia producida por las diferencias sociales y económicas, contra todos aquéllos que consideramos equivocados. Pero, ¿nos preguntamos alguna vez qué hacemos individualmente, desde nuestro lugar, para aliviar la injusticia en el mundo? La oración puede ser el terreno fértil en el cual estas pequeñas semillas de reflexión se transmuten en una conducta concreta que refleje nuestro amor y preocupación por el mundo.
Expresamos nuestro amor a la Divina Madre en el valor y el tiempo que dedicamos a la oración; por eso nos abocamos a practicarla y a nutrirla con nuestro amor y esfuerzo.