por por José Luis Kutscherauer, Director de Cafh1
Si bien esta alocución fue presentada a una asamblea de los miembros de Cafh en Olmué, Chile, en Mayo de 2017, Seeds considera que todos aquellos que están dedicados al desenvolvimiento espiritual encontrarán en ella inspiración y muy buen uso, para su propio bien y el bien de todos. Para información acerca de las enseñanzas e ideas fundamentales de Cafh, acceder a www.cafh.org. Los viajes espaciales y los avances tecnológicos han hecho que sea imposible continuar visualizándonos como un mundo separado. Comúnmente expresamos esta nueva conciencia diciendo que estamos todos navegando en un mismo barco. Sin embargo, como humanidad, nos falta mucho para tomar plena conciencia de que formamos un solo cuerpo místico. Si bien nos damos cuenta de que no podemos hacer nada que en alguna medida no afecte a los demás, en general, esta conciencia no prevalece en nuestras acciones y elecciones diarias. Los grandes grupos humanos coexisten, pero compiten entre sí y temen ser atacados unos por otros. La carrera armamentista y las luchas políticas y económicas que ocurren en el mundo de hoy son una clara evidencia de esto. No obstante, estamos convencidos de que en el corazón de cada ser humano hay un profundo y sincero anhelo de paz y armonía, de encontrar un camino hacia la unidad. Por esto, no podemos quedarnos de brazos cruzados esperando ver qué sucede. Cada uno de nosotros tiene que asumir su responsabilidad por esta situación y trabajar con decisión por la unión de todos los seres humanos. Nuestra enseñanza nos dice que existe un Plan Divino y que tenemos una misión conjunta que realizar: colaborar plenamente con ese Plan Divino. Nadie queda fuera de la ley que necesariamente se tiene que cumplir. Nuestra misión, como grupo dentro del gran conjunto humano, es desarrollar la mística del corazón. Centremos nuestra tarea en expresar nuestro amor a través de una acción concreta: trabajemos para desarrollar en nuestras almas una actitud de inclusión que nos lleve a consolidar la anhelada unión. Abramos generosamente la puerta de nuestro corazón para que nadie quede por fuera. Recordemos que en la primera etapa de nuestro ingreso al Camino se nos orienta a renunciar a nuestros gustos. Esa renuncia es el primer paso hacia la inclusión. El hecho de que nos guste algo implica que otras cosas no nos gustan, o que nos gustan menos. El identificarnos con nuestros gustos puede inducirnos a excluir a quienes tienen otras preferencias. Renunciar a los gustos no es anularlos sino tener claro el lugar que les damos en nuestra vida, de manera que no limiten nuestras elecciones. Con nuestros gustos definimos nuestra personalidad corriente. Con ellos nos diferenciamos, nos distinguimos y de alguna manera nos separamos de los demás. En general, no solo queremos ser diferentes sino también mejores que otros. De ahí surgen la competencia, la egolatría, el desprecio, las comparaciones y las segregaciones, cuando no las guerras y las masacres. Si queremos realmente cumplir nuestra misión como Hijos e Hijas de Cafh, no podemos estar limitados por nuestros gustos e inclinaciones. Necesitamos apuntar al bien común y supeditar otras consideraciones a cumplir este objetivo. ¿Qué sucedería si todos los días dejáramos de hacer algo que nos gusta para hacer lo que no nos gusta o no nos atrae? Seguramente iríamos descubriendo cualidades o aspectos favorables donde no los veíamos antes. Es una manera muy simple de desarrollar una actitud más participativa e inclusiva, de ampliar el campo de nuestro interés y de expandir nuestra conciencia. La segunda orientación que recibimos respecto de cómo hacer vida la renuncia nos invita a la renuncia de bienes. La no posesión es la base de la Economía Providencial: es tomar conciencia de que nada nos pertenece en realidad. Somos administradores de los bienes de la vida. Esta convicción se traduce naturalmente en una actitud inclusiva: ningún bien es nuestro para usar en forma indiscriminada. Cuidamos cada cosa por ser un patrimonio en común, por el amor que cada cosa merece. Esta conciencia crea una relación muy diferente con todos los bienes y nos capacita para dar el mejor uso a cada bien que manejamos, sea material, mental o espiritual. Al tomar conciencia de que todos los bienes no son propios sino de la humanidad, ni usamos más de lo necesario ni nos creemos generosos por dar parte de nuestro tiempo, energía y recursos para quienes los necesitan. La práctica continuada de la economía providencial va creando en nosotros la capacidad y la fortaleza necesarias para trabajar por el bien común. La tercera orientación que recibimos nos induce a la renuncia de vida. ¿Cómo se implementa, cómo se practica para que nos lleve a ser más inclusivos? Dejando de vivir únicamente para cumplir nuestros objetivos personales. Esto significa un cambio de objetivos. Ya no procuramos solamente sentirnos bien, ni buscar una posición destacada en cualquier ámbito con el objetivo de considerarnos superiores a otros u obtener poder. Nuestro anhelo es darnos sin pedir nada en retorno: amar por amar. No esperamos nada más de la vida, que ya nos ha dado tanto. Solo procuramos devolver para bien de todos lo que hemos recibido, ojalá multiplicado y enriquecido por lo que hemos podido aprender y elaborar interiormente. La inclusión es un proceso. Vamos incluyendo en la medida en que descubrimos y reconocemos que más de una vez excluimos, discriminamos, nos separamos, hacemos diferencias por prejuicios. Esto se evidencia en nuestro trato, en nuestros pensamientos y sentimientos, en nuestras expresiones verbales, en nuestros juicios, en nuestros criterios y valores. Estando atentos y analizando cuidadosamente y con ecuanimidad podemos ir reconociendo qué tenemos que cambiar y dónde debemos ampliar nuestras miras. Aquí es donde la honestidad con nosotros mismos juega un papel importante. Es la luz que va iluminando hasta los rincones más oscuros de nuestra alma para poder avanzar en este maravilloso proceso de desenvolvimiento. Para que la inclusión no sea un cambio superficial, un espejismo de nuestra mente, una mera aspiración, el cambio tiene que estar basado en el desenvolvimiento espiritual del alma. Hay cosas que nos separan, por ejemplo, el temor. El temor a perder algo puede hacernos ver a otro como un enemigo, una amenaza, un peligro. Para superar ese temor basemos nuestra vida en valores intrínsecos y no en los extrínsecos. Para curar o cuidar a los enfermos, un profesional de la salud no puede estar temiendo el contagio. Eso no significa que no tome precauciones sensatas para no contagiarse al hacer su trabajo. Pero su sentido de ofrenda a las almas y su deseo de seguir ayudando le permiten confiar en la integridad y capacidad de su cuerpo de mantenerse sano para servir a otros. La inclusión es el camino que nos permite ir hacia la unidad esencial. Esto no se logra a través de una ocasional toma de conciencia de lo que somos, ni es algo de un momento. Exige trascender límites. Creamos límites cuando nos dejamos llevar por nuestros impulsos para prevalecer, ser más que otros, sobresalir y ser notados. La inclusión es un proceso maravilloso que espontáneamente acrecienta todas nuestras posibilidades. Para que algo se integre a nuestra conciencia tenemos que tomar interés en ese algo. Ese interés nos lleva a poner atención y la atención nos lleva a aprender, a incorporar información que amplía nuestras miras. Al comprender lo que ignorábamos se abre una puerta que nos llama a expandir nuestro amor. A un niño aún no moldeado por el medio, lo diferente a veces le despierta temor, agrado o desagrado y, a veces, curiosidad pero no desprecio ni odio. Estos sentimientos son creados por nuestra mente para prevalecer sobre otros. El proceso místico, al trabajar sobre el logro de la egoencia2, nos lleva a apreciar y a ver en todo lo creado una expresión de lo divino. Necesitamos vivir en unión aceptándonos como compañeros de camino con un único destino: cumplir la misión que nos atañe en el Plan Divino sobre la Tierra. No hay tiempo que perder. No esperemos que los demás se integren a nuestro molde. Comencemos por incluir a quien está a nuestro lado. Sacudámonos la indiferencia, el desamor, el enojo, la impaciencia, la soberbia, el egoísmo y todo lo que nos separa a unos de otros. Atendamos a la voz de nuestra conciencia que nos dice muy claramente que estamos navegando en un mismo barco. El destino nos ha unido. Conduzcamos la nave sensatamente. Con convicción y confianza, consagremos nuestra existencia a ser un punto de inflexión. Si bien la humanidad ha vivido y sigue viviendo experiencias que hasta niegan la vida, el desenvolvimiento espiritual muestra la posibilidad de vivir los hermanos en unión. Nuestra acción se potencializa cuando nace del amor. Proyectémonos hacia el futuro visualizando lo que queremos hacer de nosotros mismos. Alentémonos con el compromiso de dar cada día un pasito para estar más cerca de la Divina Madre. © 2017 Cafh Todos los derechos reservados Notas 1. Cafh: La palabra Cafh tiene raíces antiguas, para los miembros de Cafh, simboliza el esfuerzo del alma para alcanzar la unión con Dios. Al mismo tiempo representa la presencia de lo divino en cada alma. 2. Egoencia es el resultado de la armonización de los valores que promueven el adelanto personal con los que promuevan las actitudes y acciones que nos conducen hacia la unión con lo divino. |